¿Cómo se camina en el arbitraje

Alberto Fernández López. Árbitro

             Una vez escuchamos decir que el arbitraje “es un camino distinto, donde se camina distinto y se llega a un resultado distinto.” Ciertamente, en el arbitraje, no se puede caminar como se hace en la vía judicial, los caminos, en uno y en otro, son muy distintos; por lo que debe atenderse, con precaución, las señales que tienen para conducirse, a riesgo de perderse.

            El arbitraje es un camino distinto, porque la ruta es escogida por las partes y por sus abogados; por ende, su autodeterminación en ejercicio de la libertad contractual exige la responsabilidad del abogado de conocer qué implicaciones conllevaría una disputa de su cliente en esa vía; habrá de cuestionarse si será la vía adecuada para resolver controversias de esa clase de contratación; si será la vía adecuada conforme al presupuesto del cliente; si será el criterio arbitral prevaleciente favorable a nuestra tesis. Pero especialmente, debo señalar que esa vía exige al abogado de litigio un comportamiento especial, porque como juzgadores tendrá abogados expertos en la materia de la disputa, que ejercen- al igual que él- la profesión en forma liberal y en la academia, de modo que son conocedores de las maniobras de conducción del litigio y esperan de las partes el cumplimiento del deber de litigar en buena fe.

            Ese camino distinto, implica cooperar activamente con los árbitros y la contraparte, en la mejor escogencia del manejo del procedimiento para resolver el conflicto. El camino escogido da una libertad importante de determinar los actos procesales, por lo que la responsabilidad y el dominio del tema son importantes para llevar al cliente al final del túnel. Por ello, a diferencia de la ruta judicial, donde los códigos procesales dictan la vía a seguir, en el arbitraje escoger una institución adecuada y su reglamento; así como cooperar activamente con el tribunal en las conferencias previas, ayudará indudablemente a que el proceso se conduzca en vía recta, por lo que la forma de caminar será distinta.

            En el proceso judicial, se camina de la manera que el código procesal lo tiene establecido, donde caminamos con todos los instrumentos propios del litigio judicial: exceso de recursos, lentitud del sistema, maniobras dilatorias, pérdida de tiempo valioso que distrae el enfoque de lo medular del conflicto, etc.

            En el arbitraje se debe caminar distinto, porque quien resuelve está pendiente del proceso, conoce desde el primer momento el objeto de la controversia, las tesis de las partes y las pruebas que vayan aportando; razones por las que los principios de litigar de buena fe en lealtad procesal, cooperando con el tribunal arbitral, van a ayudar a que el caso camine firme y sin obstáculos, sin debilitarse por las malas artes, los retrasos injustificados, la prueba inconducente, los alegatos desgastantes o reiterativos, etc. La marcha del proceso arbitral la determina el Tribunal y las partes, pero dependerá de los abogados litigantes, finalmente, hacer de ese proceso un vehículo eficiente para el fin que se busca o bien dañar el vehículo para que se demore en llegar a su meta.

            Me parece que la gran diferencia entre caminar por el proceso judicial y por el arbitral, es la debida preparación previa al proceso. El planteamiento serio y meditado de la tesis de caso que se va a presentar, el conocimiento previo de la prueba y la posición procesal a que ella nos llevará. Si bien en ambos procesos esa labor del abogado es esencial, la celeridad del proceso arbitral hace que el variar de rumbo a mitad de camino, lleve normalmente a colisiones con tesis expuestas y prueba previamente aportada; haciendo evidente las contradicciones internas del caso.

            Por esa forma de manejar en el arbitraje, el resultado será distinto, de una mejor calidad, en tiempo y recursos, a lo que usualmente acontece en sede judicial. No puedo dejar de mencionar que en el arbitraje, la valoración de la prueba, a la luz de los hechos del caso y las conclusiones que se obtienen indudablemente está influenciada por la experiencia, conocimientos y valores de los árbitros, por lo que siempre es válida la frase que nos recuerda que tanto vale el laudo como los árbitros. Una muy especial labor del abogado litigante en arbitraje es la selección del árbitro, que aparte de su independencia e imparcialidad, sea conocedor del proceso arbitral, del tema de fondo y de las reglas procesales del reglamento escogido, para que sea un buen copiloto junto con el resto del tribunal y las partes. Pero precisamente, para llegar a la mente del árbitro, se debe caminar distinto, con una argumentación sólida y coherente, sabiendo que no es un juez atiborrado de expedientes en su despacho, sino una persona que lee, conoce y estudia ese específico caso, por lo que al caminar distinto, se puede obtener un resultado de calidad.

 

 

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